haití y la república dominicana

Viernes, 23 de septiembre de 2005Ramón Paredes

 


Atardecer sobre la isla de Manhattan y el Río del Este
(20 de septiembre de 2005)



         Durante nuestro inicio como periodista, una noche nos tocó presenciar una presentación, en un piano-bar, de una muchacha que tenía una voz capaz de atravesar paredes de acero hasta llegar al corazón. La muchacha padecía de una enfermedad que la dejó sin el uso de sus piernas desde que era apenas una niña. La mañana siguiente, tan pronto llegamos a la redacción del periódico, nos apresuramos a escribir una columna sobre aquella voz. Como no sabíamos el nombre de la muchacha, indicamos el nombre del piano-bar, el día, la hora, los temas que cantó, etc., pero indicamos que desconocíamos su nombre. Un amigo, dueño de una agencia de publicidad que también había presenciado la presentación y de hecho conocía muy bien a la muchacha, nos llamó tan pronto recibió la copia del periódico. Nos enseñó que fracasamos como periodistas, porque era nuestro deber indagar el nombre de la muchacha. A partir de ese momento, el periodismo se convirtió en algo nuevo para nosotros: era averiguar lo desconocido, encontrar lo perdido, abri las puertas que estaban cerradas.

Recordamos todo esto a propósito de un artículo que publica hoy el veterano periodista Francisco Alvarez Castellanos (ninguna relación con nosotros, que sepamos) en la página de opiniones del periódico Hoy. En el artículo, Alvarez Castellanos (que, como podrían deducir más abajo, ha emprendido una lucha quijotesca contra la “invasión pacífica” de la República Dominicana por parte de haitianos) comenta un artículo de Franklin Franco, publicado en el mismo periódico Hoy. Aunque Alvarez Castellanos conoce muy bien a Franklin Franco, ya que incluso hasta trabajaron juntos en el mismo periódico, ni siquiera menciona su nombre en el artículo. Quizás es un hábito dominicano: el mismo Franco, en su artículo, se refiere al profesor Juan Bosch como “el afamado cuentista”, por lo tanto despojándolo de todas las demás cosas.

Para tener una idea de los planteamientos (y quizás hasta para tener una mejor idea del conflicto entre intelectuales dominicanos sobre el problema de las relaciones entre Haití y la República Dominicana), también incluimos otro artículo de Alvarez Castellanos, esta vez atacando un artículo, también publicado en el periódico Hoy, escrito por Eddí Pereyra —el cual también añadimos. Finalmente, se incluye también un artículo, publicado en dos partes, escrito por el poeta Lupo Hernández Rueda.



Fuera de Foco

Por FRANCISCO ALVAREZ CASTELLANOS
23 de septiembre, 2005


Desde hace bastante tiempo se viene hablando de los planes que tienen Estados Unidos, Francia y Canadá de fusionar la República Dominicana con Haití, y han sido innumerables los artículos publicados en la prensa nacional negándose a tal monstruosidad. Sin embargo, y ante mi más grande sorpresa, leí hace algunos días un artículo en el que el autor, un inteligente escritor dominicano, aseguraba tajantemente que “no ha existido ni existe plan o propósito alguno de fusionar a las repúblicas de Haití y Dominicana”.

Y agrega algo que me dejó punto menos que turulato: “Esa denuncia –dice el escritor de marras– fue y es una fábula perversa de un grupo de fanáticos racistas de la clase dominante encabezado por Joaquín Balaguer, que de 1994 a 1996 utilizó el argumento contra a candidatura de José Francisco Peña Gómez”.

Sinceramente, me quedé de una pieza y recordé “ipso facto” la frase de Vicente Huidobro siguiente: “El adjetivo, cuando no da vida, ¡mata!” Y esto es algo que vivo diciéndole a mis estudiantes de periodismo. Porque eso de calificar de “fábula perversa”, además de “fanáticos racistas” el asunto de la fusión, es algo increíble y dicho fuera de tiempo.

Es cierto que existe la idea de la fusión citada. Y es cierto que “Quisqueya será destruida, pero sierva de nuevo jamás”.

Para los haitianos, constitucionalmente “la isla es una e indivisible”, y haitiano es que todo aquel que nazca de madre o padre haitiano, no importa donde se produzca el nacimiento.

El autor del infeliz artículo es dueño de una de las inteligencias más claras que tiene el país, sin importar el hecho de que no estudió lo suficiente para hacerla aún más clara. Quizás el paso de los años haya mellado esa inteligencia, pero con lo que escribió en ese artículo me dio a entender que durante todos estos años pasados ha ignorado olímpicamente lo que tantos dominicanos, “fanáticos racistas”, hemos defendido: la soberanía de la República Dominicana.

Espero que haya sido un “lapsus” del escritor citado el negar que alguna vez haya existido la idea de la fusión entre nuestra república y el territorio haitiano. Y él sabe muy bien las razones, entre ellas la sangre vertida para separarnos de un país (país no quiere decir estado o nación, que conste), con el que no tenemos ningún punto de acercamiento, excepto el de compartir una isla. Y somos, en este aspecto, los únicos en el mundo.

El artículo del escritor no puede ser más desafortunado. Luego de ese primer párrafo increíble, en el que niega una verdad histórica, el autor “le entra” al último gobierno del doctor Joaquín Balaguer y después intenta darnos una clase de historia mundial, y como punto de apoyo relata el hecho de Checoeslovaquia, cuando después de la caída del bloque soviético dicha nación “se rompió en República Checa y tres o cuatro culturas y nacionalidades más”. ¿O acaso entendí mal?

Pero el escritor olvida que estaba escribiendo sobre países europeos, altamente civilizados, no de un territorio donde el analfabetismo pasa del 70 por ciento y donde impera una “cultura” única en América... por su origen.

Y otra cosa: ¿ Quiénes son “los fabuladores de la clase dominante?” En verdad que no quería escribir este artículo por los nexos que una vez me unieron al autor del artículo, desde que “debutara” como redactor del periódico “Unión Cívica”, órgano oficial del derechista partido derrotado fulminantemente por Juan Bosch en el 1962. Y por otras cosas más.

Pero en honor a la verdad histórica, no podía quedarme callado ante este artículo, porque si “el que calla otorga”, me habría hecho cómplice de tal barbaridad. Y perdónemne el adjetivo, pero el caso lo merecía.



Peña Gómez, Balaguer y el racismo (III)

Por FRANKLIN FRANCO
3 de Septiembre del 2005


En 1996, para sorpresa y abominación de los sectores racistas nacionales encaramados desde más de siglo y medio de la Independencia Nacional sobre la cima del poder económico y político de nuestra nación, surgió un negro de claro acento afrolatinoamericano como aspirante a la presidencia de la República, con posibilidades de lograr ese objetivo, debido a la extraordinaria popularidad que disfrutaba en el seno de las masas irredentas de la nación, negros y mulatos: el doctor José Francisco Peña Gómez, candidato del Partido Revolucionario Dominicano en los comicios del año señalado, y a quien la extrema derecha y el gobierno acusaban de ser de origen haitiano.

El anuncio y el crecimiento de esa candidatura que se situó de inmediato en todas las encuestas muy por encima de sus dos principales contendientes, Jacinto Peynado por el Partido Reformista Socialcristiano, liderado por Joaquín Balaguer, quien en ese momento ocupaba por sexta oportunidad la presidencia de la República, y del doctor Leonel Fernández, candidato del Partido de la Liberación Dominicana, fundado por el afamado cuentista, Juan Bosch, en 1973, originaron la inmediata salida a escena de todos los fantasmas y diablos aliados al racismo dominicano, decididos a detener las posibilidades presidenciales de un negro, “en una nación de profundas raíces hispánicas”.

En medio de lo que fue un verdadero festival del anacronismo, decenas de intelectuales y artistas supuestamente liberales y hasta progresistas, partidarios de Balaguer y de Fernández cerraron filas contra Peña Gómez, se sumaron a los aparatos propagandísticos de sus respectivas entidades políticas, para detener la llegada al poder de un hombre que calificaban de “primitivo”.

Fueron muchos los que colocaron su capacidad creadora al servicio del racismo en aquella oportunidad, pero sólo voy a comentar ahora sobre uno de ellos: el doctor Bruno Rosario Candelier, presidente de la Academia Dominicana de la Lengua.

Según escribió poco antes de las elecciones este reconocido narrador, poeta y ensayista: “El comicio electoral del 30 de junio de 1996 es crucial para el destino de la República, en vista de que se cree que el candidato presidencial perredeista es deudor de antiquísimos designios haitianos”. (El Siglo. 26 de junio de 1996)

En ese mismo texto expresó que todas las expresiones del líder del PRD “reflejan la impronta emocional o afectiva de que Peña Gómez es culturalmente haitiano y en consecuencia sus actitudes y gestos se subordinan a esa pauta de comportamiento ancestral que lleva empotrada en su espíritu”. (Ibidem)

Por tanto, agrega, “no le conviene a nuestro país que asuma el control del Estado dominicano, cuyas tradiciones culturales y religiosas peligran con el candidato del Partido Revolucionario Dominicano”.

Y para rematar, nuestro citado autor sostiene: “los reflejos culturales de su comportamiento pautan una actitud y una subordinación afines a sus ancestros haitianos”, en consecuencia, “la mayoría de los dominicanos estiman que con Peña Gómez al frente del aparato del Estado no hay garantía de supervivencia de los valores nacionales”.

No es mi intención exponer de que manera esas afirmaciones disparatadas echan a un lado principios científicos hartos comprobados, que subrayan que ni el origen étnico, mucho menos, los vínculos sanguíneos de los seres humanos, pueden moldear la personalidad, el comportamiento, el carácter y otras características de los hombres y mujeres. No, lo cito sólo para demostrar, como ese rasgo ideológico del sistema esclavista, el racismo, se aposentó e incubó en el pensamiento de quien ocupa la presidencia de la Academia Dominicana de la Lengua.

Las reminiscencias racistas del ordenamiento colonial, lamentablemente aun permanecen vigentes, sobre todo, en importantes sectores de la clase media, e incluso, en círculos intelectuales supuestamente liberales y progresistas.

Para sostener de manera precisa esa última afirmación voy a narrar algunos hechos que parecen obra de la fantasía. En 1990 fue publicado un ensayo que lleva por título “El ocaso de la nación dominicana”.

El epicentro teorético de esa obra, sintetizando, era el siguiente:

A causa de la gran migración haitiana, fenómeno que está socavando las esencias culturales nacionales, la nación dominicana se encuentra en peligro y en tal virtud, si no queremos sucumbir frente a esa oleada primitiva, tenemos que detenerla y enviar a esos intrusos y sus descendientes a su nación, pues esta migración tiene por propósito central, lo expreso según sus propias palabras “lograr el reconocimiento de la “nación haitiana” dentro del Estado dominicano”. Cita (Página 103, edición 2002), como un primer paso que nos conduciría a la fusión de ambos pueblos.

La tesis sostiene que el proyecto fusionista tiene el patrocinio de Francia, Canadá y Estados Unidos.

Según su autor: “Todo apunta hacia el ocaso de la nación que conocimos. Las emigraciones, la cultura, la lengua, los valores, lo que fue ayer la frontera espiritual –de 1801 a 1809, de 1822 a 1844, de 1861 a 1865, de 1916 a 1924- ha sido arropado por mudanzas en el ser nacional que transforman nuestra cultura campesina y el semblante espiritual de las ciudades. Mientras más nos alejamos de lo que hemos sido, va naciendo sobre ruina de lo que fuimos, otra nación cuyo entronque con la haitianidad del campo y la americanidad de las ciudades constituidas ambas en fuerzas históricas desnacionalizantes, esto fraguará nuevos modos de vida, nuevas formas de cultura, y una nueva historia”.

La obra fue publicada originalmente en 1990 encontrándose en el poder el doctor Joaquín Balaguer, un intelectual dominicano que, como vimos, fue de los principales ideólogos de la dictadura de Trujillo, y propulsor del antihaitianimso racista dominicano y galardonada con un primer premio de literatura otorgado por la Secretaría de Estado de Educación.

Pero échense para atrás. Esa misma obra ampliada y revisada para fortalecer más sus planteamientos racistas antihaitianos, fue reeditada en el año 2002, y en esa segunda reedición, en su capítulo ocho se sugiere que la política de dominicanización de la frontera, y la consecuente matanza de más de diez mil haitianos ordenada por el dictador Trujillo, en octubre de 1937, genocidio dirigido a detener la migración procedente de Haití, constituye “el acontecimiento más sobresaliente de la historia de la dominicanidad en lo que va del siglo”.

Y esa segunda edición ampliada también obtuvo otro premio, este último más importante que el anterior. El Premio Nacional de Literatura que patrocina la firma E. León Jimenes, otorgado durante la Feria Nacional del Libro del año 2002. En esa oportunidad sin embargo, el hecho originó un escándalo y uno de los miembros del jurado al ser cuestionado sobre el contenido racista de la misma se limitó a responder de manera salomónica que ellos no tomaban en cuenta el contenido sino la forma.

Seguramente algunos de ustedes, sorprendidos, se estarán preguntando, ¿Quiénes fueron los miembros del jurado que otorgó ese premio?

No voy a mencionarlos, pero les expreso, que casi todos, al igual que el autor del libro “galardonado”, fueron funcionarios de la Secretaría de Estado de Cultura en el gobierno del Partido Revolucionario Dominicano, el partido del doctor José Francisco Peña Gómez, fallecido en mayo de 1998. Algunos de ellos han escrito ensayos críticos donde abordan el tema de la esclavitud y el racial con cierta objetividad.

El hecho delata la miseria y la doblez de ciertos sectores de la intelectualidad nacional, pues cuando se encuentran en la oposición, y sin empleos, abrazan posiciones progresistas y hasta radicales, pero cuando consiguen arribar a elevados cargos oficiales, lo echan todo al saco del olvido y se encaraman al tren de la “dolce vita”.

Pero lo que es más grave, nos expresa de qué manera y con qué fuerza, aun en pleno siglo XXI, permanecen los remanentes de concepciones ideológicas surgidas durante la conquista y colonización durante el siglo XVI, en la hoy República Dominicana.

Exposición ante la Academia Dominicana de la Historia.



¿Nueva etnia?

Por FRANCISCO ALVAREZ CASTELLANOS
30 de Agosto del 2005


Me refiero, para que no haya dudas ni especulaciones, al artículo publicado el pasado 24 de agosto bajo el título de “Nueva etnia: dominico-haitiana”, bajo la firma de un señor llamado Eddy Pereyra. Dicho sea de paso, ya no somos dominicanos, sino dominico-haitianos. A juicio del versado articulista, la “nueva etnia dominico-haitiana tiene nacido su dialecto del creol y el español dominicano; su creencia religiosa, que es el Vudú Dominicano,” y otras aberraciones que me hicieron comenzar el día de mal carácter.

Y asegura Pereyra que, según el doctor Jean Price Mars, “no había sustancial diferencia entre los pueblos haitiano y dominicano”. Y que para Price Mars “ambas poblaciones son más o menos iguales, partiendo del hecho de que el elemento africano entra en la composición de la etnia dominicana”.

¡Diablos, hay que tener coraje para decir toda esa sarta de barbaridades!

En primer lugar, los esclavos que los hacendados franceses tenían en su colonia, Haití, en el último decenio del siglo 17, eran africanos de pura cepa. Y cuando estos decidieron emanciparse de Francia, ¿qué hicieron? Pues, pura y simplemente, quemaron las plantaciones que habían hecho de Haití la colonia más próspera de Francia en América y, más todavía, asesinaron a cuanto francés encontraron en su camino. Con esas actuaciones Haití selló su destino político y, fundamentalmente, económico. Nuestro país no se independizó de Haití, sino que simplemente se separó, gracias a los esfuerzos de los Trinitarios de Juan Pablo Duarte. ¡Nos separamos de Haití, señor Pereyra!

Nosotros somos otra cosa. Primero que todo, somos cristianos, señor Pereyra, muy distintos a los que tienen el “vudú” como creencia religiosa fundamental.

Haití, después de convertirse en Estado libre, sobre la sangre de una cantidad indefinida de franceses de todas las edades, entendió que la parte española de la isla también les pertenecía, y se adueñó de ella durante 22 años. Pero antes de ser expulsados, rifles y machetes en mano, por los patriotas dominicanos, tuvimos que soportar el incendio de Azua y la matanza sin nombre realizada por Dessalines en la iglesia parroquial de Moca, donde sus soldados asesinaron a centenares de personas, especialmente mujeres y niños. Y desde entonces han querido volver.

Sin que esto sea, ¡Dios me libre!, una aceptación de un hecho paralelo en cierta forma al de Moca, ¿ qué cree usted, señor Pereyra, que estuviera pasando en este país si Trujillo no hubiera ordenado la matanza del 1937?

Por si usted no lo sabe, para esa época la moneda haitiana corría en la mayor parte del Cibao y del Sur de nuestro país. El “papanó” (el chele haitiano) y el “gourde” (el peso) era lo que se veía en Santiago y muchísimas ciudades y aldeas del país, porque lo único que teníamos nosotros era el “clavao”, una moneda que valía 20 centavos.

Pues bien, si el país no se hubiera “deshaitianizado” en esa época, hoy no existiera la República Dominicana y el presidente actual a lo mejor se habría llamado Jean Pié o algo por el estilo.

Los haitianos, siempre cuando Trujillo, y mediante tratado entre los dos gobiernos, venían al país cuatro meses al año, a trabajar en la zafra. Eran pagados y devueltos a su país indefectiblemente. Algunas haitianas que tienen, “según los que saben de eso”, “atractivos sexuales” que no tiene la mujer blanca, se convertían en amantes de dominicanos y, como ente eminentemente prolífico que eran (y son), empezaron a tener hijos, muchos de los cuales eran escondidos para no ser enviados a su país como los demás.

En Haití hay dos principales atracciones turísticas: el “vudú”, sangriento y anticristiano, y la famosa “Citadelle”, construida por el “rey Cristóbal” en una montaña. Porque los haitianos del siglo 18 quisieron imitar ridículamente a sus antiguos amos, los franceses, y “fundaron” monarquías. Allí hubo ridículos reyes y hasta emperadores. Y muchos árboles, muchos árboles.

Los reyes y emperadores sucumbieron fácilmente ante un pueblo ya pobre y desde siempre analfabeto y supersticioso, y desde entonces empezó a sucumbir la misma tierra haitiana. Si usted, señor Pereyra, hubiera hecho lo que yo hice una veintena de veces, es decir, volar sobre tierra haitiana, verá que Haití no es un “país fallido”, simplemente no es un país, es un territorio “terminal”. Las montañas fueron despojadas de los árboles (lo mismo que están haciendo aquí, dicho sea de paso, con la ayuda de malos dominicanos), y al no haber árboles que retuvieran la tierra, con cada aguacero esa tierra iba a parar al mar, arrastrando de paso la de los valles.

Hoy Haití es un “país inviable”, y así lo escribí hace más de un año. No se puede hacer nada por Haití... a menos que personas como el señor Pereyra piense que en el lado Este de la isla, o sea en la República Dominicana, tengan otro hogar.

¡Alerta dominicanos, que tenemos haitianófilos “por pilas”, aunque ostenten nombres y apellidos dominicanos! Y si se dan los planes de ciertos países extranjeros que esperan que nosotros nos echemos esa carga encima, los titánicos esfuerzos hechos por los Trinitarios habrán sido en vano. Y tendremos que echar al zafacón del olvido las fotos de Duarte, Sánchez, Mella y muchos más; nos veremos obligados a eliminar el Panteón Nacional, y los restos y cenizas que allí son venerados, esparcidos en el mar. No tendremos himno, ni bandera, ni escudo.

Y otra cosa también importante. Los haitianos que pasan nuestra frontera, en la forma que fuere, nos están retrotrayendo a épocas hace tiempo pasadas. Porque aquí se erradicaron prácticamente enfermedades como la tuberculosis, la malaria, la “buba”, algo que los dominicanos de hoy no saben qué es y muchas enfermedades más, porque en Haití no hay lo que se dice hospitales decentes y son por decenas las haitianas que vienen a dar a luz en hospitales dominicanos. En un hospital de Santiago dieron a luz hace cosa de un mes 230 mujeres haitianas que no tenían permiso legal para estar en nuestro país.

Los gobiernos, después de Trujillo, se han hecho de la vista gorda con el asunto de los haitianos. Y los ha habido que los han provisto de cédula personal de identidad (ahora electoral), pero con el fin de agenciarse sus votos en unas elecciones.

En otras palabras. Somos un país al borde del colapso. Del colapso político, económico, social y moral. Y no vemos que se esté haciendo nada para impedirlo.

El espectáculo de infelices mujeres haitianas con hasta cinco niños alrededor, uno en brazos y la “barriga llena”, pidiendo limosna en las esquinas de esta capital y de Santiago, es algo que parte el alma. Pero estamos ante un dilema: o Haití o la República Dominicana, o ellos y nosotros.

Y no estoy diciendo que somos blancos. Apenas un once por ciento lo es, un 78 es mulato y el resto negro. Somos un país multiracial, como lo es Estados Unidos, donde hay hasta “rojos” (los pieles rojas) y amarillos.

Pero el artículo del señor Eddy Pereyra debe servir de trompetazo de alarma para todos los dominicanos, salvo que querramos que un día amanezcan nuestros descendientes otra vez bajo la férula de aquellos que una vez nos tuvieron 22 largos años bajo un régimen que por poco nos saca de la historia.

Hay que ayudar al pueblo haitiano. Pero ni siquiera tienen las tierras necesarias para sembrar su comida. Ni ríos. Y aquí, en nuestro país, están haciendo lo mismo que hicieron en su país: depredar valles y montañas hasta convertir un territorio feraz en un desierto.

Conviertan a Haití en una inmensa zona franca, donde trabajen los haitianos, cobren en dólares, paguen su comida y otras necesidades con esos dólares pero, por favor, que nadie intente crear una nueva etnia: la dominico-haitiana, porque hacer eso es, pura y simplemente, convertir toda nuestra patria en un inmenso campo de batalla.



Nueva etnia: dominico-haitiana

Por EDDY PEREYRA
24 de Agosto del 2005


Las comunidades dominicanas y haitianas tienen afinidades culturales, e históricas, y poseen un producto orgánico de vecindad que han permitido facilitar que estas colectividades, a lo largo de siglos de convivencia social, se liguen, se junten, se acostumbren, se mezclen y se tornen conexas. En la antropología moderna el viejo criterio de la raza, como factor de diferenciación de los grupos humanos, ha sido sustituido por el de la cultura, reservando el término raza exclusivamente para el mundo animal o vegetal.

Al interior de este enfoque político, se ha determinado que forman parte de sus características sus creencias, su lenguaje, la economía, la alimentación, el arte, los estilos de vida, las costumbres, el vestido y la vivienda.

Los guetos haitianos o lo que es lo mismo, los grupos de inmigrantes urbanos que mantienen una especie de sociedad cerrada conservando su cultura, se han postrado, asimilando la transferencia de la cultura dominicana, lo que ha conllevado a vigorizar el subconjunto social que en una ocasión fue llamado “rayano” (hijo de la unión de dominicano y haitiano). Los miles de hijos de haitianas nacidos en los hospitales de la República sumado a los asentamientos en todo el territorio nacional, producto de las migraciones masivas, han forjado el surgimiento de una nueva etnia: la dominico-haitiana.

Se ha dado, pues, una difusión, debido a la capacidad normal que tienen las dos naciones de adquirir elementos de sus culturas e incorporarlas una dentro de la otra.

Para sustentar la opinión, puedo señalar que la nueva etnia dominico-haitiana tiene su dialecto nacido del creol y el español dominicano; su creencia religiosa, que es el Vudú Dominicano; su tipo de alimento primordial (arroz y maíz); su baile y otras manifestaciones culturales de gran arraigo como es la convivencia, básicamente por razones de subsistencia con sus atrayentes simbólicos de bienestar y seguridad. Dentro del ritmo argumental histórico podemos indicar, asimismo, que en la obra “La República de Haití y la República Dominicana” del doctor Jean Price Mars, considerada como el mayor esfuerzo desplegado para trazar los perfiles históricos comunes de los dos pueblos coinsulares, el autor establece que hacia 1822 no había sustancial diferencia de cultura entre los pueblos haitiano y dominicano.

Por eso, para Price Mars ambas poblaciones son más o menos iguales, partiendo del hecho de que el elemento africano entra en la composición de la etnia dominicana.

“No había entre dominicanos y haitianos un irreductible conflicto ideológico, un inconciliable estado de ánimo, una diferencia fundamental y trágica de mentalidad que deba tarde o temprano a conducirlos fatalmente a enfrentarse en la larga y sangrienta batalla que duró once años”.

Viendo por otra parte el elemento lenguaje, algunos críticos señalan que la influencia lingüística proveniente de la haitianidad es nociva e invade nuestra lengua, destruye nuestros usos lingüístico-culturales y pretende sustituir el español dominicano.

No parten éstos del hecho que las lenguas puras no existen, que éstas se dejan penetrar por otras lenguas, así como los hablares se dejan fecundar o penetrar por otros hablares; y que en definitiva, el dialecto o los dialectos sociales son la base del desarrollo lingüístico.

En materia de creencia religiosa, Price Mars dice en su libro “Ainsi Parla 1 oncle”, que el voudú es una innegable supervivencia del fetichismo y del animismo africano y que en Haití lo practica la inmensa mayoría de la población rural. De igual manera los investigadores Fradique Lizardo y Esteban Deivi comprobaron la existencia de un Vudú Dominicano, registrado principalmente en los bateyes y en la zona suburbana más poblada del país, como consecuencia de la asimilación de prácticas y sincronismo mítico-religioso de los habitantes de ambas naciones.

Obviamente que las inmigraciones masivas de hoy y los años más recientes alimentan particularmente y en lo inmediato a la nueva realidad cultural étnica.

De ahí que, además de motivaciones adicionales, Manuel Arturo Peña Batlle expresara que “no hay sentimiento de humanidad, ni razón política, ni conveniencia circunstancial alguna que pueda obligarnos a mirar con indiferencia el cuadro de la penetración haitiana”. Apuntando a seguidas que “si los dominicanos no mantienen el entronque de la nacionalidad pueden dar por descontado que a la larga pereceremos en nuestra significación actual”.

Lo que se transformará entre nosotros, además de la relación de poder, será la manera de vivir, la manera de pensar y la manera de sentir de la colectividad, como expresión nacional.

De modo que, dado que en el país cohabitan las etnias dominicana, haitiana y la dominico-haitiana, no sería aventurado decir que esta última (la dominico-haitiana), al cabo del tiempo, se desarrollará en su significación social y económica, influyendo determinantemente en lo político y lo electoral; y si se convierte en mayoría, acabará imponiéndose sobre las demás.



La inmigración haitiana

Por LUPO HERNÁNDEZ RUEDA

I

La inmigración haitiana entraña por sus características un potencial explosivo de consecuencias predecibles. No es comparable, como se pretende muchas veces, con la inmigración dominicana a los Estados Unidos u otros países. Tampoco es comparable con la inmigración de europeos, asiáticos y de nacionales de otros continentes a la República Dominicana. Ninguna otra inmigración a nuestro país es continua, masiva, predominantemente ilegal, persistente, con respaldo de grupos nacionales e internacionales, generadora de concentraciones cerradas urbanas y rurales, que se acrecientan y generalizan. Ninguna otra inmigración tiene el potencial político, económico y social que tiene la inmigración haitiana. Ninguna otra inmigración desplaza tan amplia, continua y aceleradamente a los nacionales del empleo normalmente regulado y del trabajo informal.

Una gran mayoría de los inmigrantes haitianos, por motivos históricos, considera el territorio nacional como parte de la nación haitiana.

La constante, masiva e incontrolada inmigración haitiana por sus características y por la proporcionalidad de la población de las naciones que comparten la isla, transforma social, económica, cultural y políticamente a la nación dominicana, fomentando el deterioro de la vida nacional, mermando la capacidad del Estado Dominicano para satisfacer las necesidades nacionales, en áreas tan importantes como la salud, la educación, el trabajo, el respeto de las leyes y los derechos, incluyendo la seguridad individual en las ciudades y en los campos.

Por su continuidad, número y persistencia, la inmigración haitiana destruye el débil ordenamiento jurídico nacional y el respeto de sus instituciones, facilitando la corrupción, la contratación de extranjeros en violación a la ley, el empleo de ilegales en el campo y la ciudad, la alteración y uso de documentos falsos y, como señala el rumor público, da lugar al contrabando de armas y mercancías y a la introducción de drogas al territorio nacional.

La inmigración haitiana quiebra los lineamientos de la frontera entre Haití y la República Dominicana, introduciendo una cultura muy diferente a la dominicana, convirtiendo a la población de algunas áreas fronterizas en predominantemente haitianas, dando lugar, además, a la formación de grupos poblacionales cerrados, rurales y urbanos, en distintas regiones y ciudades del país, incluso a la mendicidad organizada en los principales centros urbanos nacionales. Dicha inmigración tiene un potencial social y político devorador de la nacionalidad e idiosincrasia dominicana, lo que hace de ella uno de los más graves y difíciles problemas nacionales a cuya solución se le debe hacer frente, poniendo por encima el interés nacional sobre los intereses particulares. Los inmigrantes haitianos desplazan aceleradamente a los nacionales tanto en las zonas rurales como urbanas, en el turismo como en las zonas francas y áreas y actividades del trabajo informal tradicionalmente desempeñada por dominicanos. Incluso, alimenta un sistema de protestas y acusaciones generalmente infundadas, que, de producirse después de la aprobación del CAFTA RD, son susceptibles de generar sanciones económicas frente a las cuales la República Dominicana tradicionalmente no se defiende, o no ha sabido defenderse.

No falta mucho para que un líder aglutine esta población y demande para ella derechos políticos que sólo corresponden a los nacionales dominicanos; que esta población decida el resultado de las elecciones nacionales, o la reforma constitucional para cambiar la estructura y organización del estado dominicano.

Se nota últimamente un afán de ciertos grupos de personas en unificar las características culturales dominicanas y haitianas e incluso se habla de una cultura y una nacionalidad dominico-haitiana como si existiera un estado domínico-haitiano; se persigue con esto debilitar el hecho cierto de que se trata de dos pueblos y dos naciones distintas, también se quiere llevar al ánimo nacional la idea, y se insiste en ello, de que la fusión de ambos estados y naciones es un hecho inevitable “un matrimonio sin divorcio”, porque así lo ha dispuesto la comunidad internacional, especialmente los Estados Unidos de América, Canadá, Francia y otros estados.

Ninguna nación incluyendo a Estados Unidos o de Europa convoca a los representantes de los inmigrantes ilegales para que participen en un consenso sobre lo que esa nación debe hacer como política migratoria, de modo que no cabe hablarse en este caso de consenso con los sectores involucrados, sino que, el gobierno dominicano debe establecer responsablemente la política migratoria dominicana, guiándose y fundándose en el interés nacional.

El Consejo Nacional de Migración, al fijar la política nacional de migración, debe tomar en cuenta las características precitadas de la inmigración haitiana.

Dicho Consejo tiene ante todo que tomar conciencia del problema, no comparar la inmigración haitiana con otras inmigraciones que no tienen las mismas características, efectuar su labor colocando el interés nacional, por encima del interés de los “sectores involucrados”.

II

Mueven a preocupación las dimensiones y el carácter de la inmigración haitiana, el enorme flujo de nacionales haitianos que por razones económicas o por otras causas, penetran constantemente y se asientan en el territorio nacional. Este flujo migratorio deprime constantemente el mercado de trabajo de los dominicanos. A tal punto llega la situación que el trabajo informal, el de mayor crecimiento en las últimas décadas en Latinoamérica, está formado en nuestro medio por nacionales haitianos, algunos de los cuales desarrollan y viven de un sistema de mendicidad organizada, presente en las grandes avenidas de las principales ciudades del país.

Los recursos limitados del presupuesto nacional dedicados a la salud, educación, empleo y a combatir la pobreza, son insuficientes para hacer frente a este fenómeno, en detrimento de los dominicanos.

Tradicionalmente, hemos respondido con lentitud y cierto desgano a las acusaciones de violación a derechos humanos que se atribuyen al gobierno y al pueblo dominicano. Da la impresión que tememos que defendernos, incapaces de hacer valer oportunamente la verdad de los hechos, y los instrumentos internacionales que justifican nuestros derechos y comportamientos.

De nada sirve establecer en el Código de Trabajo que el 80% del personal y de los salarios pagados por la empresa deben corresponder a los dominicanos, si esta norma de protección no se respeta, ni se hace respetar.

De nada sirve promulgar leyes como la nueva Ley de Migración No.285-04 del 15 de agosto del 2004, que establece sanciones penales para los empleadores que utilicen trabajadores extranjeros indocumentados o desprovistos de un permiso legal de residencia, si sus disposiciones no se cumplen ni se adoptan medidas para hacerla cumplir.

El desarrollo y el progreso nacional no pueden descansar en los bajos salarios, ni en el incumplimiento de las normas que regulan y protegen el trabajo humano en nuestro territorio. La magnitud y voracidad de la inmigración haitiana nos desplaza de nuestro propio territorio. Estamos obligados a impedir el derrumbe de la nación dominicana y evitar, mediante una inmigración selectiva de mano de obra calificada, la carga explosiva de la inmigración haitiana. No se compadece con el carácter temporal del servicio prestado, el otorgar visa a la familia del trabajador temporal.

Es conveniente establecer mecanismos y factores de atracción de empleo para dominicanos en las áreas rurales, mejorar el control de nuestra frontera y territorios fronterizos, impedir dentro del territorio nacional y en particular en la zona fronteriza la formación de núcleos poblacionales de inmigrantes con lengua, costumbres, ritos y creencias ajenas a las nuestras, desligados de las instituciones jurídicas nacionales. También erradicar las redes de traficantes de ilegales y regularizar el empleo de estos inmigrantes, mediante la visita directa y constante de los servicios de inspección de trabajo, migración y seguridad social en el lugar o centro de trabajo, sea rural o urbano, lo que permitiría mantener cierto control sobre el número y las actividades realizadas por el inmigrante.



Copyright ©Francisco Alvarez Castellanos,
Franklin Franco,
Eddy Pereyra,
Lupo Hernádez Rueda
y Hoy, 2005




 

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