una tragedia en la casa

Sábado, 29 de octubre de 2005Ramón Paredes

 


Atardecer sobre Brooklyn, la isla de Manhattan y el Río del Este
(29 de octubre de 2005)



Los titulares el pasado del miércoles querían salirse de las páginas de los periódicos: Seis personas murieron ahogadas a causa de la crecida de un río en un campo de La Isabela, en la provincia de Puerto Plata, en la República Dominicana.

Esta noticia no es nada extraordinario en el país. Lo que si era extraordinario para nosotros porque allí vivimos los primeros años de la infancia. No recordamos a los adultos que murieron (uno tenía setenta años y el otro sesenta y cuatro) y cuando salimos del campo los más jóvenes no habían nacidos aún (diecinueve, dieciocho, diecisiete y once), no por ello dejamos de sufrir ante tantas desafortunadas coincidencias.

Se habló que dos ríos desbordados causaron las muertes. En realidad, fue sólo un río —el más pequeño que pasa por el pueblo y de hecho considerado por muchos como una cañada, y no un río. El río principal también se desbordó, convirtió sectores en lagunas con casas, y a sus orillas llegaron los cuerpos de los muertos; pero en sus aguas no murió nadie.

Durante la Semana Santa, estuvimos allí, y precisamente vimos lo que estaba sucediendo donde tuvo lugar el desastre. El río (ahora uno no se atreve a escribir “cañada”), circula detrás de la calle principal, haciendo casi una media vuelta a un terreno llano, a los pies de un terreno más alto. Muchas personas en ese espacio construyeron casas, las cuales quedaban en medio de ese medio círculo. No era algo seguro, pero no recuerdo nunca que ese riachuelo se desbordara alguna vez hasta el punto que el agua subiera hasta donde se levantaron las casas.

El contraste entre este sector y otros sectores del pueblo era espantoso. Mientras en la calle principal, y en la otra joya (que también fue inundada por el río principal, pero que no dejó muertos), habían casas de millones de pesos, todas esas casitas eran apenas cajas cerradas de madera. (Puede verse una vista más o menos panorámica del pueblo, aquí.)

Este sector, famoso en mi infancia porque allí había el prostíbulo mayor del pueblo y tenía un antes, un después y un ahora: antes del prostíbulo, que se llamaba La Joya; durante, que se le llamó con el nombre del prostíbulo; y el ahora, que adquirió su viejo nombre. El ahora consistía de un sector un poco marginado, donde el actual “síndico” (de hecho, sólo es un encargado municipal) tiene un fábrica para hacer quesos, y varios establos de cerdos. Precisamente, estas dos últimas cosas estaban en procesos legales: después que varias mujeres tuvieron hijos con deformaciones físicas, se hicieron análisis del lugar, y se determinó que todo se debía a la fábrica de quesos y los establos de los cerdos. El actual síndico (quien valga la pena aclarar es sobrino del padre de nuestra madre) no sólo echaba los desperdicios del procesamiento del queso al río, sino que también allí terminaba todo lo relacionado con los establos de los cerdos. Un juez le cerró la fábrica, pero como su hija es secretaria en la Fiscalía de Santo Domingo —además que se le considera rico—, logró abrirla de nuevo. A propósito, lo que no hizo el juez ciego, lo hizo el río: ese día, el río se llevó todos los cerdos.

Por qué el río, que se le llamaba El Valle con un dejo de poca importancia, se desbordó de la manera que lo hizo, todavía no se sabe. Alguien ha sugerido que una laguna (una forma de lago artificial que se construyen en las fincas sin agua en los campos de la República Dominicana) próxima al riachuelo se desbordó, y por eso bajó con tanta agua. Otros han intentado culpar a un parque que construyó nuestro primo el “síndico” a orillas de la carretera, precisamente por donde pasaba otra cañada que desembocaba en El Valle. El primo construyó un parque, con una tarima de cemento de unos tres pies de altura, y uno haría bien en suponer que cuando el agua de la cañada llegaba allí, se desviaba, y más bien afectaría la calle principal, porque el agua se dividía, y viajaba en dos direcciones: la calle principal, y lo que quedaba de la cañada que llegaba a El Valle. Lo que descartaría esa teoría. Pero no importa: todo el mundo quiero culpar al famoso parque porque todo el mundo cree que se construyó para justificar un poco la cantidad de dinero que llega a la municipalidad y que nadie sabe que se hace con él. Porque este pueblecito es un poco surrealista: desde que lo elevaron a municipio, sólo han “gobernado” dos síndicos: el primo de nuestra madre, y un compañero de la infancia que todo el mundo creía era comunista y ahora es en el pueblo uno de los máximos representantes del partido de ultraderecha del país.

También cuentan que esa tarde, estaba clara, y que cuando llegó la noche, salió la luna. Era, entonces, una noche clara. De un momento a otro, todo se oscureció, y hasta la luna se perdió en la oscuridad. ENtonces empezó a llover, y media hora después, a eso de las siete y media de la noche, la gente salió de sus casas a ver de dónde venía el sonido extraño que parecía acercarse cada vez más al pueblo. Era El Valle que venía con una furia atrasada.

Los familiares de las personas que vivían a las orillas del río, corrieron. En una casa, donde vivían tres hermanos que murieron, la familia salió corriendo, y buscando refugio en otra casa, más alejada de las corrientes del río. Otras personas trataron de cruzar el río. Y ahí empezó la tragedia.

Añaden que la niña de diecisiete años estuvo a punto de salvarse: cuando ya estaba llegando a la orilla, vino la segunda embestida del río, y se la llevó. Viajó más de tres kilómetros, y la encontraron muerta esa misma noche.

Esta niña, que se graduaba este año y esperaba estudiar medicina, era nieta de un hermano de nuestra abuela materna. Él vivía aquí, en los Estados Unidos, y en uno de esos viajes al país, engendró la niña. Como cualquiera es de suponer, él pudo haberla traído a vivir con él hace muchos años. Más aún: en su casa de tres pisos en el campo, con una piscina abierta en el techo, tenía viviendo a sus trabajadores, mientras la hija vivía en una casucha a orillas del río. Cuentan sus amigos que en más de una ocasión ella le había pedido al padre que la sacara de allí, porque un día se la llevaría el río. Su respuesta parecía ser siempre la misma: pronto terminaría la escuela e iría a vivir a la ciudad. Como si todo esto fuera poco, por una de esas coincidencias de la vida, él estaba allí, en el campo, de visita, cuando El Valle descargó su ira.

Durante mi estadía en el campo en Semana Santa, muchas veces vi en casi de mi hermana a mi sobrinito jugando con un niño de una cabeza grande. Muchas veces, el niño se quedaba en casa de mi hermana hasta tarde en la noche. Esa noche, por casualidad y coincidencia, cuando se desbordó el río, lo encontró en la suya. Fue una de las primeras seis víctimas en morir, porque era el más pequeño: apenas tenía once años.

Dicen los que estaban allí que, dos horas después, hasta un niño de seis años podía cruzar El Valle, sin ningún problema. Y que la casa de donde huyeron los tres muertos ni siquiera entró una gota de agua.


Lo que se dijo:
Diario Libre:
Seis muertos y dos desaparecidos en Puerto Plata
Riada deja luto y dolor en comunidad de PP

El Nacional:
Se ahogan seis río Puerto Plata
Tragedia impide muchacha estudiara medicina

Hoy:
Mueren 6 personas ahogadas por crecida río en Puerto Plata

El Caribe:
Narran la tragedia en La Jaiba



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10:31 PM


 
 

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