Otra vez sobre Haití y la República Dominicana

Jueves, 10 de noviembre de 2005Ramón Paredes

 


Atardecer sobre Brooklyn, la isla de Manhattan y el Río del Este


Era nuestra intención abordar un tema que nos viene preocupando desde hace varios días: La falacia de la memoria. La cantidad de textos de testimonios directos e indirectos de personas afectadas por hechos espantosos, las memorias que escriben convictos desde una celda con un dedo acusador, las memorias de escritores y políticos nos indican que es la nueva moda editorial.

Hoy, sin embargo, tuvimos la oportunidad de leer un artículo de Aristófanes Urbáez en el Listín Diario, el cual nos remitió a un artículo que escribiera la periodista Sara Pérez el pasado domingo para las páginas de El Nacional, y como ambos tienen que ver con otro tópico de moda (la inmigración masiva de haitianos en la República Dominicana), los reproducimos.

A Aristófanes Urbáez no lo conocemos personalmente, pero sí conocemos su poesía —aunque ahora se conoce más por sus artículos periodísticos que por su poesía. De hecho, mientras dirigía la página literaria del periódico El Sol, publicó varios de nuestros primeros poemas. Pero, más que todo, lo conocemos a través del periodista José Labourt (1951-1991) —quien nos dio nuestro primer empleo como periodista—, porque ambos habían trabajado juntos.

No creemos que Sara Pérez y Aristófanes Urbáez representan los extremos sobre la discusión del problema de la masiva inmigración haitiana en la República Dominicana, ya que una de las características de las discusiones es el extremismo; pero sí demuestran la distancia entre los dominicanos que escriben y analizan el problema.



Padre Ruquoy, perdónenos usted a nosotros
Por Sara Pérez

reading, pa.— Como dije en mi anterior artículo, esta semana hablaría un poco de los “dutch” de Pensilvania, pero lo pospuse, para dirigir unas líneas de apoyo al sacerdote Pedro Ruquoy, heredero de Montesinos.

Distinguido Señor:

El 3 de noviembre se reseñó en el periódico Hoy que usted pedía perdón al pueblo dominicano y a las autoridades civiles y religiosas por haber declarado como hijos suyos, con fines de regularizar el estatus legal de los mismos, a dos niños de origen haitiano, nacidos en República Dominicana.

Como parte de ese pueblo dominicano y sin sentirme vocera más que de mí misma, permítame decirle que quienes tenemos que pedir perdón somos nosotros, porque usted no habría tenido que hacer eso, si las leyes dominicanas se respetaran y si los irresponsables gobiernos dominicano, haitiano, norteamericano, entre otros, buscaran soluciones humanas, sensibles y justas, a una situación desesperada como la de Haití.

Los haitianos en República Dominicana me recuerdan aquella fábula del mendigo que se autocompadecía porque su comida era dos o tres uvas, hasta que miró hacia atrás y vió a otro mendigo que recogía las cáscaras de las uvas que él había masticado y tirado. Si los dominicanos no tuviéramos a los haitianos, tendríamos que inventarlos, aunque sólo sea para que nos eleven la autoestima. Los políticos ladrones, los prelados religiosos corruptos, los empresarios insaciables que gobiernan la República Dominicana, debían estar orgullosos de que la mierda de país que han hecho, aparezca como una tierra prometida, aunque sólo sea ante los ojos del más miserable y desamparado de todos los pueblos de América.

Las excusas tenemos que pedirlas nosotros, padre Ruquoy, la prensa, tan objetiva ella, que cuenta cuántas haitianas alumbran en los hospitales dominicanos, pero no sabe cuántas dominicanas tienen sus hijos en los hospitales de Estados Unidos, Puerto Rico, Canada, España, Italia, Francia, Bélgica, Holanda, etc. Tal vez algunos aspiran a recoger los escombros del muro de Berlín para colocarlo en la frontera domínico-haitiana.

Cierto que República Dominicana no tiene los recursos de otros, pero no es tan pobre como para que no pueda ser saqueada por banqueros, políticos, iglesias, militares y empresarios, así es que bien se puede sacar alguna tajadita para obras filantrópicas, si es que prefieren llamarle donación que a lo que es justicia y derechos humanos universales. El pueblo dominicano se bastaría a sí mismo y le sobraría para darle a Haití, Guatemala, Nicaragua y otros países más descalabrados que ella, si se ahorrara algo de lo malgastan sus gobernantes. Nada más con reducir a niveles razonables las pensiones desproporcionadas de ciertos ex funcionarios, eliminar las ONGs de los congresistas y otros de sus gastos superfluos y poner algún control financiero a la Liga Municipal Dominicana, sobrarían recursos para resolver más de una urgencia, sin importar el color, ni el orígen del beneficiado.

¿Que son ilegales? Pero ¿puede hablar de legalidad un mamotreto ridículo de Estado, que incumple flagrantemente su Constitución, en la que se considera dominicano a todo el nacido en su territorio? ¿Un Estado que socava las vías institucionales para regularizar el estatus legal de sus habitantes y cuyas oficialías civiles, muchas de ellas dirigidas por gánsteres, son un desastre, en las que con dinero y macuteos se resuelve cualquier cosa, desde certificados de nacimientos falsos para prospectos de beisbol con edades alteradas, hasta declaraciones tardías de hijos impropios? ¿Puede reclamar legalidad, el mismo Estado que por décadas, especialmente durante los gobiernos de Balaguer, traficó con haitianos, los explotó, los exprimió, los esclavizó, los segregó en chiqueros, sin proporcionarles servicios elementales, para después dejar en un limbo jurídico a sus hijos, nietos y continuadores de esa tradición, (iniciada, aupada, consolidada por el Estado), de llegar a trabajar a República dominicana sin documentos, sin garantías, sin nada?

Además, padre Ruquoy, los dominicanos debían ser más comprensivos con los que en aras de la sobrevivencia, a veces buscando una pequeña hebra para aferrarse a la vida, utilizan algunos subterfugios para legalizar su estatus en algún país extranjero. El berenjenal que tienen muchos dominicanos en los papeleos de migración no es precisamente un modelo de probidad y exactitud. Hay niños que aparecen en los papeles como hijos de un tío, o de la abuela. Hermanos casados entre sí, con documentos falsos, proporcionados por el Estado Dominicano a través de sus oficialías civiles. Suplantaciones de identidad. Una mujer que “viaja” con los documentos de su hermana. Otro que por una u otra razón no califica para obtener visas y residencias y los solicita con los documentos de un familiar fallecido. Gente que trabaja utilizando el número de seguro social de otro. Personas que han salido –sabrá Dios cuántas- del país con pasaportes de regidores. En fin, un millón de triquiñuelas a las que recurren gentes desesperadas, en cuyo país el caos es parte de la experiencia vital y violar procedimientos burocráticos —y de cualquier tipo— es una rutina generalizada. Si Balaguer, el padre de la democracia dominicana, consideraba que La Constitución es un pedazo de papel, -para limpiarse el trasero, digo yo-, ¿por qué el vendedor analfabeto de cocos fríos o el infeliz dominicano, de origen haitiano, con los mecanismos de incorporación normal al sistema cerrados, debe preocuparse porque su acta de nacimiento sea estrictamente fidedigna?

Y no tiene usted que pedir excusas tampoco a las autoridades religiosas de la Iglesia a la que pertenece. El catolicismo se implementó en lo que hoy es el territorio dominicano, enarbolado por un criminal llamado Cristóbal Colón, que cuando llegó a esas tierras era un ilegal sin visa y sin permiso de entrada y hoy se le homenajea con faros y estatuas. Todo hay que verlo en perspectiva. Quizás dentro de 500 años los faros y estatuas de República Dominicana homenajeen a algún dominicano llamado Luis Pié.

No, no pida perdón padre Ruquoy. Si por algo no deben los seres humanos pedir perdón, es por comprometerse, por ser solidarios, por arriesgarse y conmoverse ante la desgracia y la miseria de otros.



El perdón a Ruquoy, ¡pídelo tú, Sara!
Por Aristófanes Urbáez

Querida Sara Pérez:

Es muy bueno que tú te arrogues desde tu dorado exilio en New Jersey, el derecho a pedirle perdón al padre Pierre Ruquoy dizque en nombre de todos los dominicanos, como lo hiciste desde las páginas de El Nacional el pasado domingo.

Lo primero, mi amiga Sara, es que a ti nadie te conoce como adherente a los ritos y a las creencias de la Iglesia Católica, ni a ninguna confesión cristiana, sino como no creyente, pese a que te hayas bautizado en el catolicismo. Tu mundo ha transcurrido lejos del cristianismo. Tú vienes de Santiago, y todo el mundo conoce tus posiciones anticatólicas, no obstante haber estudiado en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (Pucamaima). Es posible que hayas vivido la experiencia del batey azucarero en visitas para algún reportaje, pero en Santiago no hay ingenio. Yo sí viví en el Batey 6 de Barahona, y tu finado amigo, José Labourt, sí que conocíamos in situ la vida de haitianos y dominicanos en el batey. Una vez acompañaba por los bateyes de Tamayo, los mismos del padre Ruquoy, a un mecánico dental llamado “Timbiriche”, y salía horrorizado porque le sacaba hasta 8 piezas dentales de una sola vez a un infeliz haitiano dizque para ponerle una caja dental. En otra ocasión, vi una madre dominicana que, ella y su concubino dominicano también, dormían con sus seis hijos en un colchón tirado en el suelo en un barracón. Eso me partió el alma y me enfermó.

Todo eso que tu dices de los corruptos, los papeles de las oficialías, de las lacras e injusticias y vicios del los políticos dominicanos y del Estado dominicano y la protección que les debe a los más pobres, son verdades irrebatibles. Nuestra clase política ha fracasado porque sólo sabe robar y hablar mentiras, pero ¡cuidado si quieres dejar a los periodistas fuera del negocio! He escrito y reescrito que una franja de un 40% —porque no podemos dejar, tampoco, a los dominicanos honorables y serios– de la sociedad dominicana vive de las malas artes: robo, macuteo, esconder y falsificar papeles, contratas, sub y sobrevaluaciones, fuga de capitales robados al Erario, evasión fiscal, venta de drogas, de medicamentos y comida falsificados, márgenes de ganancias astronómicos, especulación, falsificación de actas y de sentencias, contrabando, compras de jueces y fiscales, componendas y mancuernas entre políticos rastreros, y todo lo que tú denuncias. Es cierto.

Ramón Urbáez, mi hermano, dice que el padre Pierre Ruquoy es lo menor del mundo y que muy pocos dominicanos que tienen calidad moral para cuestionar su trabajo, pues no hacen nada por el país; que el cura es un filántropo. Lo único malo es que su filantropía ha encrespado las olas de la lucha racial —de “colores”, como la llamaba Simón Bolívar, razón por la que fusiló al general Manuel Piar, y no se arrepintió nunca considerando que era un disociador que negaba su origen racial fruto del matrimonio de una mulata de las Antillas Menores y un español—, y hay que estar aquí para saber si el racismo y la xenofobia hacia los haitianos son más o menores que antes de las prédicas de Christopher Hartley y Pierre Ruquoy. Rafael Méndez, el ex diputado peledeísta de Villa Jaragua y muchas otras gentes, también dicen que Ruquoy es una gran persona.

Pero hay que ser masoquista para pedirle perdón, como haces tú a nombre de los dominicanos, nadie sabe con el permiso de quién, a quien nos ha hecho más mal que bien. ¿Quién es Pierre Ruquoy para arrogarse el derecho de violar las leyes dominicanas? Él tiene todo el derecho del mundo de declarar a todos los haitianos como sus hijos, pero dándole la nacionalidad belga porque, que sepamos, él no ha adoptado la dominicana. ¿Por qué, en un hecho irresponsable y simulador, envía cartas a los organismos internacionales y a 40 emisoras católicas, aduciendo que lo quieren matar, pero sin embargo no le dice a las autoridades dominicanas quién lo amenaza o se querella, alegando que les violan sus derechos humanos, todo lo cual es una patraña, porque ahora dizque rechaza la protección del ministro de lo Interior por la forma en que lo enfrentó? Él y Sonia Pierre son los responsables del mayor daño hecho al país en el extranjero, que nos acusan de xenófobos y racistas, países que sí practican esas aberraciones más que nosotros, pues ya nos han condenado —una sentencia de 90 páginas— en la Corte Interamericana de Derechos Humanos de Costa Rica, pero hace apenas una semana dos padres dominicanos residentes en EE.UU. mandaron buscar dos niñas en lanchas rápidas y la guardia costera de Puerto Rico las devolvió, separando familias, pero ¡eso no le importa al padre Ruquoy porque no son haitianas! Ni los dominicanos menos racistas, como este escribano –tú no, porque tú eres una intelectual de esos que embisten contra todo–, tenemos miedo por el incremento de la invasión masiva, y don Hipólito y Leonel son los únicos que han ido a las Naciones Unidas a decirle al mundo que nos ayuden o que ayuden a los pobres haitianos, aparte de los servicios sociales y de salud que les damos. Los dominicanos, que nos independizamos de Haití, encabezados por el Cardenal, sólo pedimos una cosa: que Ruquoy y Hartley se trasladen a City-Soleil a ejercen su ministerio que está carcomiendo la nacionalidad dominicana. Y tú no te metas, Sara Pérez, que tú no representas a nadie aquí, porque ni eres religiosa, ni tus actos de caridad son conocidos. ¡Así, qué fácil es!

elroedor2045@hotmail.com



Copyright ©Sara Pérez y El Nacional, 6 de noviembre de 2005
Copyright ©Aristófanes Urbáez y Listín Diario, 10 de noviembre de 2005



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