Otra vez sobre Haití y la República Dominicana
Atardecer sobre Brooklyn, la isla de Manhattan y el Río del Este
Era nuestra intención abordar un tema que nos
viene preocupando desde hace varios días: La falacia de la memoria. La
cantidad de textos de testimonios directos e indirectos de personas
afectadas por hechos espantosos, las memorias que escriben convictos
desde una celda con un dedo acusador, las memorias de escritores y
políticos nos indican que es la nueva moda editorial.
Hoy, sin embargo, tuvimos la oportunidad de leer un artículo de
Aristófanes Urbáez en el Listín
Diario, el cual nos remitió a un artículo que escribiera la
periodista Sara Pérez el pasado domingo para las páginas de El Nacional, y como ambos
tienen que ver con otro tópico de moda (la inmigración masiva de
haitianos en la República Dominicana), los reproducimos.
A Aristófanes Urbáez no lo conocemos personalmente, pero sí conocemos su
poesía —aunque ahora se conoce más por sus artículos periodísticos que
por su poesía. De hecho, mientras dirigía la página literaria del
periódico El Sol, publicó varios de nuestros primeros poemas.
Pero, más que todo, lo conocemos a través del periodista José Labourt
(1951-1991) —quien nos dio nuestro primer empleo como periodista—,
porque ambos habían trabajado juntos.
No creemos que Sara Pérez y Aristófanes Urbáez representan los extremos
sobre la discusión del problema de la masiva inmigración haitiana en la
República Dominicana, ya que una de las características de las
discusiones es el extremismo; pero sí demuestran la distancia entre los
dominicanos que escriben y analizan el problema.
Padre Ruquoy, perdónenos usted a nosotros
Por Sara Pérez
reading,
pa.— Como dije en mi anterior artículo, esta semana hablaría un
poco de los “dutch” de Pensilvania, pero lo pospuse, para dirigir unas
líneas de apoyo al sacerdote Pedro Ruquoy, heredero de Montesinos.
Distinguido Señor:
El 3 de noviembre se reseñó en el periódico Hoy que usted pedía perdón
al pueblo dominicano y a las autoridades civiles y religiosas por haber
declarado como hijos suyos, con fines de regularizar el estatus legal de
los mismos, a dos niños de origen haitiano, nacidos en República
Dominicana.
Como parte de ese pueblo dominicano y sin sentirme vocera más que de mí
misma, permítame decirle que quienes tenemos que pedir perdón somos
nosotros, porque usted no habría tenido que hacer eso, si las leyes
dominicanas se respetaran y si los irresponsables gobiernos dominicano,
haitiano, norteamericano, entre otros, buscaran soluciones humanas,
sensibles y justas, a una situación desesperada como la de Haití.
Los haitianos en República Dominicana me recuerdan aquella fábula del
mendigo que se autocompadecía porque su comida era dos o tres uvas,
hasta que miró hacia atrás y vió a otro mendigo que recogía las cáscaras
de las uvas que él había masticado y tirado. Si los dominicanos no
tuviéramos a los haitianos, tendríamos que inventarlos, aunque sólo sea
para que nos eleven la autoestima. Los políticos ladrones, los prelados
religiosos corruptos, los empresarios insaciables que gobiernan la
República Dominicana, debían estar orgullosos de que la mierda de país
que han hecho, aparezca como una tierra prometida, aunque sólo sea ante
los ojos del más miserable y desamparado de todos los pueblos de
América.
Las excusas tenemos que pedirlas nosotros, padre Ruquoy, la prensa, tan
objetiva ella, que cuenta cuántas haitianas alumbran en los hospitales
dominicanos, pero no sabe cuántas dominicanas tienen sus hijos en los
hospitales de Estados Unidos, Puerto Rico, Canada, España, Italia,
Francia, Bélgica, Holanda, etc. Tal vez algunos aspiran a recoger los
escombros del muro de Berlín para colocarlo en la frontera
domínico-haitiana.
Cierto que República Dominicana no tiene los recursos de otros, pero no
es tan pobre como para que no pueda ser saqueada por banqueros,
políticos, iglesias, militares y empresarios, así es que bien se puede
sacar alguna tajadita para obras filantrópicas, si es que prefieren
llamarle donación que a lo que es justicia y derechos humanos
universales. El pueblo dominicano se bastaría a sí mismo y le sobraría
para darle a Haití, Guatemala, Nicaragua y otros países más
descalabrados que ella, si se ahorrara algo de lo malgastan sus
gobernantes. Nada más con reducir a niveles razonables las pensiones
desproporcionadas de ciertos ex funcionarios, eliminar las ONGs de los
congresistas y otros de sus gastos superfluos y poner algún control
financiero a la Liga Municipal Dominicana, sobrarían recursos para
resolver más de una urgencia, sin importar el color, ni el orígen del
beneficiado.
¿Que son ilegales? Pero ¿puede hablar de legalidad un mamotreto ridículo
de Estado, que incumple flagrantemente su Constitución, en la que se
considera dominicano a todo el nacido en su territorio? ¿Un Estado que
socava las vías institucionales para regularizar el estatus legal de sus
habitantes y cuyas oficialías civiles, muchas de ellas dirigidas por
gánsteres, son un desastre, en las que con dinero y macuteos se resuelve
cualquier cosa, desde certificados de nacimientos falsos para prospectos
de beisbol con edades alteradas, hasta declaraciones tardías de hijos
impropios? ¿Puede reclamar legalidad, el mismo Estado que por décadas,
especialmente durante los gobiernos de Balaguer, traficó con haitianos,
los explotó, los exprimió, los esclavizó, los segregó en chiqueros, sin
proporcionarles servicios elementales, para después dejar en un limbo
jurídico a sus hijos, nietos y continuadores de esa tradición,
(iniciada, aupada, consolidada por el Estado), de llegar a trabajar a
República dominicana sin documentos, sin garantías, sin nada?
Además, padre Ruquoy, los dominicanos debían ser más comprensivos con
los que en aras de la sobrevivencia, a veces buscando una pequeña hebra
para aferrarse a la vida, utilizan algunos subterfugios para legalizar
su estatus en algún país extranjero. El berenjenal que tienen muchos
dominicanos en los papeleos de migración no es precisamente un modelo de
probidad y exactitud. Hay niños que aparecen en los papeles como hijos
de un tío, o de la abuela. Hermanos casados entre sí, con documentos
falsos, proporcionados por el Estado Dominicano a través de sus
oficialías civiles. Suplantaciones de identidad. Una mujer que “viaja”
con los documentos de su hermana. Otro que por una u otra razón no
califica para obtener visas y residencias y los solicita con los
documentos de un familiar fallecido. Gente que trabaja utilizando el
número de seguro social de otro. Personas que han salido –sabrá Dios
cuántas- del país con pasaportes de regidores. En fin, un millón de
triquiñuelas a las que recurren gentes desesperadas, en cuyo país el
caos es parte de la experiencia vital y violar procedimientos
burocráticos —y de cualquier tipo— es una rutina generalizada. Si
Balaguer, el padre de la democracia dominicana, consideraba que La
Constitución es un pedazo de papel, -para limpiarse el trasero, digo
yo-, ¿por qué el vendedor analfabeto de cocos fríos o el infeliz
dominicano, de origen haitiano, con los mecanismos de incorporación
normal al sistema cerrados, debe preocuparse porque su acta de
nacimiento sea estrictamente fidedigna?
Y no tiene usted que pedir excusas tampoco a las autoridades religiosas
de la Iglesia a la que pertenece. El catolicismo se implementó en lo que
hoy es el territorio dominicano, enarbolado por un criminal llamado
Cristóbal Colón, que cuando llegó a esas tierras era un ilegal sin visa
y sin permiso de entrada y hoy se le homenajea con faros y estatuas.
Todo hay que verlo en perspectiva. Quizás dentro de 500 años los faros y
estatuas de República Dominicana homenajeen a algún dominicano llamado
Luis Pié.
No, no pida perdón padre Ruquoy. Si por algo no deben los seres humanos
pedir perdón, es por comprometerse, por ser solidarios, por arriesgarse
y conmoverse ante la desgracia y la miseria de otros.
El perdón a Ruquoy, ¡pídelo tú, Sara!
Por Aristófanes Urbáez
Querida Sara Pérez:
Es muy bueno que tú te arrogues desde tu dorado exilio en New Jersey, el
derecho a pedirle perdón al padre Pierre Ruquoy dizque en nombre de
todos los dominicanos, como lo hiciste desde las páginas de El
Nacional el pasado domingo.
Lo primero, mi amiga Sara, es que a ti nadie te conoce como adherente a
los ritos y a las creencias de la Iglesia Católica, ni a ninguna
confesión cristiana, sino como no creyente, pese a que te hayas
bautizado en el catolicismo. Tu mundo ha transcurrido lejos del
cristianismo. Tú vienes de Santiago, y todo el mundo conoce tus
posiciones anticatólicas, no obstante haber estudiado en la Pontificia
Universidad Católica Madre y Maestra (Pucamaima). Es posible que hayas
vivido la experiencia del batey azucarero en visitas para algún
reportaje, pero en Santiago no hay ingenio. Yo sí viví en el Batey 6 de
Barahona, y tu finado amigo, José Labourt, sí que conocíamos in situ la
vida de haitianos y dominicanos en el batey. Una vez acompañaba por los
bateyes de Tamayo, los mismos del padre Ruquoy, a un mecánico dental
llamado “Timbiriche”, y salía horrorizado porque le sacaba hasta 8
piezas dentales de una sola vez a un infeliz haitiano dizque para
ponerle una caja dental. En otra ocasión, vi una madre dominicana que,
ella y su concubino dominicano también, dormían con sus seis hijos en un
colchón tirado en el suelo en un barracón. Eso me partió el alma y me
enfermó.
Todo eso que tu dices de los corruptos, los papeles de las oficialías,
de las lacras e injusticias y vicios del los políticos dominicanos y del
Estado dominicano y la protección que les debe a los más pobres, son
verdades irrebatibles. Nuestra clase política ha fracasado porque sólo
sabe robar y hablar mentiras, pero ¡cuidado si quieres dejar a los
periodistas fuera del negocio! He escrito y reescrito que una franja de
un 40% —porque no podemos dejar, tampoco, a los dominicanos honorables y
serios– de la sociedad dominicana vive de las malas artes: robo,
macuteo, esconder y falsificar papeles, contratas, sub y
sobrevaluaciones, fuga de capitales robados al Erario, evasión fiscal,
venta de drogas, de medicamentos y comida falsificados, márgenes de
ganancias astronómicos, especulación, falsificación de actas y de
sentencias, contrabando, compras de jueces y fiscales, componendas y
mancuernas entre políticos rastreros, y todo lo que tú denuncias. Es
cierto.
Ramón Urbáez, mi hermano, dice que el padre Pierre Ruquoy es lo menor
del mundo y que muy pocos dominicanos que tienen calidad moral para
cuestionar su trabajo, pues no hacen nada por el país; que el cura es un
filántropo. Lo único malo es que su filantropía ha encrespado las olas
de la lucha racial —de “colores”, como la llamaba Simón Bolívar, razón
por la que fusiló al general Manuel Piar, y no se arrepintió nunca
considerando que era un disociador que negaba su origen racial fruto del
matrimonio de una mulata de las Antillas Menores y un español—, y hay
que estar aquí para saber si el racismo y la xenofobia hacia los
haitianos son más o menores que antes de las prédicas de Christopher
Hartley y Pierre Ruquoy. Rafael Méndez, el ex diputado peledeísta de
Villa Jaragua y muchas otras gentes, también dicen que Ruquoy es una
gran persona.
Pero hay que ser masoquista para pedirle perdón, como haces tú a nombre
de los dominicanos, nadie sabe con el permiso de quién, a quien nos ha
hecho más mal que bien. ¿Quién es Pierre Ruquoy para arrogarse el
derecho de violar las leyes dominicanas? Él tiene todo el derecho del
mundo de declarar a todos los haitianos como sus hijos, pero dándole la
nacionalidad belga porque, que sepamos, él no ha adoptado la dominicana.
¿Por qué, en un hecho irresponsable y simulador, envía cartas a los
organismos internacionales y a 40 emisoras católicas, aduciendo que lo
quieren matar, pero sin embargo no le dice a las autoridades dominicanas
quién lo amenaza o se querella, alegando que les violan sus derechos
humanos, todo lo cual es una patraña, porque ahora dizque rechaza la
protección del ministro de lo Interior por la forma en que lo enfrentó?
Él y Sonia Pierre son los responsables del mayor daño hecho al país en
el extranjero, que nos acusan de xenófobos y racistas, países que sí
practican esas aberraciones más que nosotros, pues ya nos han condenado
—una sentencia de 90 páginas— en la Corte Interamericana de Derechos
Humanos de Costa Rica, pero hace apenas una semana dos padres
dominicanos residentes en EE.UU. mandaron buscar dos niñas en lanchas
rápidas y la guardia costera de Puerto Rico las devolvió, separando
familias, pero ¡eso no le importa al padre Ruquoy porque no son
haitianas! Ni los dominicanos menos racistas, como este escribano –tú
no, porque tú eres una intelectual de esos que embisten contra todo–,
tenemos miedo por el incremento de la invasión masiva, y don Hipólito y
Leonel son los únicos que han ido a las Naciones Unidas a decirle al
mundo que nos ayuden o que ayuden a los pobres haitianos, aparte de los
servicios sociales y de salud que les damos. Los dominicanos, que nos
independizamos de Haití, encabezados por el Cardenal, sólo pedimos una
cosa: que Ruquoy y Hartley se trasladen a City-Soleil a ejercen su
ministerio que está carcomiendo la nacionalidad dominicana. Y tú no te
metas, Sara Pérez, que tú no representas a nadie aquí, porque ni eres
religiosa, ni tus actos de caridad son conocidos. ¡Así, qué fácil es!
elroedor2045@hotmail.com
Copyright ©Sara Pérez y El Nacional, 6 de noviembre de 2005
Copyright ©Aristófanes Urbáez y Listín Diario, 10 de noviembre de
2005
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