«Cerca debe estar la Cena»
o una pieza incipiente del teatro español
Ramón Paredes
Antes de empezar a ver las virtudes de
las Coplas de Puerto Carrero —a las que llamaremos «Cerca debe
estar la Cena»—, es importante, quizás, establecer si esta pieza es una
obra incipiente del teatro español, o si es sencillamente, como
argumentan algunos (por ejemplo, el doctor Fernando Lázaro Carreter, el
profesor Díez Borque y una docena más), coplas sin nexo argumental, de
poca originalidad y sin ninguna virtud poética.
Para empezar, es quizás oportuno discutir El diálogo del
Amor y un viejo, la pieza de Cota que también apareció, como «Cerca
debe estar la cena», en el Cancionero general, en 1511, de
Hernando del Castillo, y que según algunos (por ejemplo, Díez Borque,
Lapesa), fué más tarde refundida, en Diálogo del viejo, el Amor y la
hermosa; aunque según algunos (por ejemplo, Salvador Martínez), el
texto de Cota es posterior, siendo así el texto de Cota una refundición
del Diálogo del viejo, el Amor y la hermosa. Lo más adecuado,
entonces, es discutir si la pieza de Cota estaba destinado a ser
representado, y si, estudiando el texto, esto se puede establecer en el
texto mismo.
En efecto: las dos piezas tienen mucho en común, si no
temáticamente (después de todo, ambas terminan con el desengaño), por lo
menos —y ese menos es mucho— técnicamente.
Así, Moratín, en sus Orígenes del teatro español, no
solamente ve un aspecto drámatico en la pieza de Cota, si no que, en su
definición, la ve como una pieza teatral de importancia: “Este diálogo”,
dice, “es una representación dramática con acción, nudo y desenlace;
entre dos interlocutores, no es posible exigir mayor movimiento teatral.
Supone decoración escénica, máquina, trajes y aparato; el estilo es
conveniente, fácil y elegante; los versos tienen fluidez y armonía”.
Aunque hay enormes vacíos en este análasis de Moratín (por
ejemplo, ¿qué tienen que ver los versos que tienen fluidez y armonía con
teatro o drama?, y, finalmente, no es verdad, es nuestra opinión, que el
texto presupone decoración escénica), también es cierto que tiene su
virtud. Así, cuando el viejo dice al Amor “Vente a mi, muy dulce
Amor,/vente a mis braços abiertos!”), y el Amor contesta “Hete aqui bien
abraçado; /dime: que sientes agora?” no sólo implica el moviento en el
espacio (“Vente a mi; “Hete aqui”), sino que también indica cambios que
tienen efectos en el escenario (“Que sientes agora?”), ya sea en término
de los trajes que están usando los personajes como en término de cambios
de personalidad.
El juicio de Moratín no solamente ha sido aceptado a través de
los años, sino que sus juicios han sido poco questionados. Así, vasta
tener en cuentas la observación del muy distinguido doctor Fernando
Lázaro Carreter: “El lector atento”, dice, “podrá comprobar lo exacto
del juicio de” Moratín. A este jucio se le pueden añadir los juicios de
Milá, Fontanalas y quizás una docena más.
¿Qué, hay que preguntar, puede uno questionar a estos
distinguidos profesores? Por lo general, la asumpción que el texto de
Cota tiene todas estas virtudes supuestamente dramáticas, mientras
«Cerca debe estar la cena», un texto, como dijimos antes, tan idénticos
técnicamente, al texto de Cota, es considerado “poesía dialogada”. Para
confirmar este juicio, quizás vasta tener en cuentas el juicio del señor
Díez Borque: que el texto de Cota sea una obra dramática, indica, “lo
parece confirmar el villancico “ al final de la pieza, “convención
teatral que remonta a las primeras representaciones de Juan del Encina y
Lucas Fernández”. En cuanto a «Cerca debe estar la cena», sin embargo,
Díez Borque piensa que ésta tiene esbozos dramáticos en la forma de
poesía dialogada”. Wow! ¿Por qué el villancico al final de «Cerca debe
estar la cena» no comfirma, como con el texto de Cota, que sea “una obra
dramática?
Fué Le Gentil, que sepamos, quien empezó a questionar las
virtudes dramática de la pieza de Cota, cuando ésta era comparada con
«Cerca debe estar la cena». De hecho, el profesor francés, ve la
similutid, tanto temática como técnicamente entre la pieza de Cota y
«Cerca debe de estar la Cena», aunque con una enorme diferencia: la
pieza de Puerto Carrero es mucho más drámatica que la pieza de Cota.
«Cerca debe estar la cena» es una escena, dice Le Gentil, “o más
exactamente, una series de escenas dramáticas. Los intercalados entre
interlocutores, nos dice, “nos dan verdaderas indicaciones escénicas”.
“El poeta visiblemente”, añade, en todo momento, “se esfuerza en dar a
la escena una atmósfora verdaderamente dramática”.
Antes de pasar a ver las virtudes dramáticas de «Cerca debe de
estar la cena», sin embargo, quizás es necesario discutir los puntos
válidos de algunos estudiosos de la pieza. Por ejemplo, una observación
que tiene su virtud es que, aunque la pieza tiene intercalaciones
dramáticas como también las iniciales de cada personaje antes de su
diálogo correspondiente, también es cierto que hay acotaciones que están
más cerca técnicamente, por ejemplo, de las novelas sentimentales que
del teatro. Así, por ejemplo, “Dize ella a su compañera”, “La
consideración que él haze subiendo”, y así sucesivamente. También, las
coplas de «Cerca debe estar la cena», las cuales están bajo la sección
794, en el Cancionero de 1511, las siguen las secciones 795 hasta
799, también del mismo autor. Estas coplas, argumentan muchos, no tienen
argumentos, hay muy poca acción, las pequeñas escenas son totalmente
fijas, y no tienen nexo argumental. Y tienen razón: dichas coplas son
solamente conversaciones versificadas sin mucha virtud poética. Sin
embargo, los defectos en las últimas coplas no les quitan las virtudes a
la primera —en este caso, «Cerca debe estar la cena».
¿Qué hay, entonces, en «Cerca debe de estar la cena», que hace
a esta pieza más teatral o dramática que, por ejemplo, «Diálogo entre el
Amor y un viejo»? Para empezar, el uso del escenario para mover los
personajes y crear tanto espacio como tiempo dramáticos. Así, aunque no
hay, en el texto que se conserva, muchas especificaciones acerca de
movientos de personajes, es evidente en el texto que no sólo hay
movimiento en el tiempo sino también en el espacio. Por ejemplo, es
evidente que hay más de dos planos en el escenario: la calle, porque es
evidente que el autor va caminando; y el interior de la casa, dividido
en más de un espacio, porque cuando el autor está con la mujer (“Ella”),
la mujer tiene también aceso a su amiga o sierva, porque éstas dos se
comunican durante la escena, en presencia del autor, pero éste no
escucha o ve a la segunda mujer.
Un segundo aspecto que hallamos en «Cerca debe estar la cena» y
que no detestamos en otras piezas del teatro incipiente español es el
cambio de personalidad continuo en los personajes. Así, tanto el autor
como la mujer y su amiga cambian continuamente: así, tomando el diálogo
de la mujer, podemos establecer que ésta cambia de dominante a coqueta,
de coqueta a enojada, de gentil a desalentadora; en el caso del autor,
vemos cambios semejantes: éste cambia de desconsolado a gozoso, de
dudoso a firme, y así sucesivamente; también vemos cambios en la amiga
de la mujer. Así, la escena está continuamente viva, donde los
personajes no sólo se mueven en la escena, sino que también hay cambios
en sus “personalidades”.
Así, tomando un ejemplo al azar, cuando la mujer conversa con
el autor, éste dice: “Tan sin ventura nascí/ y vos con tal perfection,/
qu’ está cierta la passion”, ella contesta “¿Vos hablays?”. “No, ni
siquiera”, dice el autor. “Mas, de veras, ¿dezís algo?”. Hay aquí un
cambio en la mujer —un cambio que debió consistir en una transformación
de voz o una alteración física (por ejemplo, facial); porque, de otro
modo, el texto sería confuso, e implicaría que la mujer que dice “Vos
hablays?” es distinta a la que poco después parece estar totalmente
interesado en lo que el autor tiene que decir. Más aún, hay aquí un
acción sobreentendido: si la mujer finge no escuchar, ésta debe de estar
haciendo algo o fingiendo poner la atención en algo específico.
Otro aspecto importante en torno a «Cerca debe estar la cena»
es el conflicto dramático que existe en toda la pieza. Así, aún aquellos
críticos que niegan la validez dramática de la pieza, como por ejemplo
el doctor Lázaro Carreter, indica la acción dramática de la obra.
La pieza envoca, dice Lázaro Carreter, un tipo de acción semejante al de
las comedias elegíacas latinas.
En efecto, hay en «Cerca debe estar la cena» un conflicto
dramático que se inicia con los primeros cinco versos, y que termina con
el último. Así, el autor, intencionada o desintensionadamente, mantiene
la audiencia a la expectativa, moviéndo la acción continuamente, con
nuevos conflictos internos. De esto modo, en un forma que nos recuerda
las “soap operas” norteamericanas de los años sesenta, el autor mantiene
un conflicto continuo: a comienzos, el conflicto consiste entre el autor
y la mujer, pero también se extiende, poco después, a la mujer con su
amiga, o “hermana”, como ella la llama en la pieza.
Pero si bien es cierto, es importante destacar, que hay
continuos conflictos a lo largo de la pieza, también es cierto, y en
esto hay que darle la razón al doctor Lázaro Carreter, que este
conflicto es superficial —es decir, no hay ningún questionamiento
filosófico. Sin embargo, el argumento del distinguido doctor Lázarro
Carreter parece caer en el vacío cuando éste afirma que el texto “no
tiene correspondencia en un mínimo progreso argumental”. Porque, si el
argumento de la pieza es el desengaño del autor, cuando la mujer llama
al autor, cuando ésta discute con su sierva, cuando ésta engaña en
diferentes ocasiones al autor, ¿no son éstas partes que corresponden al
progreso argumental?
Finalmente, uno puede cuestionar, en cierta forma, la unidad de
la pieza. ¿Tiene la pieza unidad dramática? ¿Pueden quitarse el momento
inicial entre el autor y la mujer, o la mujer y su sierva, o cualquier
otro momento de los que siguen entre el autor y la mujer.
Definitivamente, no; versos, quizás uno aquí, dos allí; pero por lo
demás, la unidad de la pieza es tan compuesta que, pensamos, cualquier
momento en la pieza es fundamental en el argumento.
Con razón, Menéndez y Pelayo comparó la pieza con
Propalladia de Torres Naharro. Aunque, si bien es cierto que el
señor Méndez Pelayo sólo vió la similitud en los diálogos de «Cerca debe
estar la cena», también es cierto que la pieza, en cierta forma, va
mucha más lejos que la pieza de Cota e, incluso, las piezas profanas de
tanto Juan del Encina como de Lucas Fernández.